jueves, 5 de noviembre de 2009

Maldita bruja...

La amistad, ese gran tesoro que perdemos con tanta facilidad como se deja atrás el recuerdo de un buen momento. A mis amigos en la distancia los recuerdo, los añoro, a veces hasta me duele este pequeño agujerito que me sale aquí dentro por donde supuran vivencias que jamás olvidaré. Ellos quizá ya no lo sepan, pero son y serán siempre parte de mi vida, de mi “YO” más desconocido, de mi cuadrante emotivo-personal.
A veces, mi cerebro me recuerda cómo era compartir con ellos una puesta en escena común: risas, llantos, alegrías y tristezas, comidas (mmm las comidas), bebidas, y charlas... CHARLAS, discusiones y disquisiciones en las que mundos alejados y visiones periféricas y substanciales se conexionaban de una forma totalmente azarosa hasta convertirse en una amalgama de perspectivismo y relativismo congénito y tenaz. Esas charlas, diálogos para la posteridad, jamás se puede aprender más que escuchando y contrastando juicios y cosmogonías. Una palabra bastaba, no necesitábamos más que eso, ni una película, ni una frase, ni un libro; una única palabra bastaba para crear una intensa disputa de puntos de vista, de bagajes que se entrelazan y chocan y bailan al son de una sinfonía polifónica y colorista. Todo, TODO tenía cupo en ellas, magníficas charlas de tarde, de mañana, de madrugada...
Y sobre todo, las sonrisas... las miradas, cada detalle, cada instante, para siempre en MÍ.

Ahora sí maldita bruja...