miércoles, 20 de enero de 2010

Tribulaciones de media tarde

He tenido una visión, un flash, una epifanía, un momentum ad aeternum per secula seculorum, un orgasmo trascendental, físico, paranoico, una revelación absoluta: cada día soy más pedante y además me regodeo en ello. Antes lo intentaba disimular, a veces, con perifrásticas y retóricas subalternas que cohabitaban con los subgéneros más pueriles y banales de nuestro ávido y pintoresco habla; ahora no. Ahora me dice una criatura ingenua y trivial que determinado vocablo, “tribulaciones” para concretar, es una “pijada”. Entiendo que por semejante palabreja la individua en cuestión entiende “palabras que usan personas de un nivel cultural alto”, sin embargo, esta aseveración encierra en sí misma varios silogismos e incongruencias técnicas y pragmáticas: la semántica se define a sí misma y se contradice, no así la sintaxis, como suele ser de buen uso en el españolito medio. A ver, una pijada debería ser “aquello que hace o dice un pijo”, un pijo es “una persona fútil, superficial y con dinero suficiente como para permitirse no usar el cerebro más de lo recomendado por el cosmopolitan o intereconomía, por no hablar de la COPE y los consejos de mamá y papá”. Dicho esto, queda claro que ningunos de los sememas que se atribuyen al término o sema o vocablo, incluyen de ningún modo o bajo cualquier circunstancia la cultura ni la inteligencia. Por ello, el buen uso del ingente y rico léxico español no es propio de pijos, aunque sea un hecho más o menos demostrable, que los pijos conocen algunas palabrejas más... como caviar, porsche, prada, etc. Otra incongruencia viene del hecho en sí que considera “tribulaciones” en sí misma como propia de personas cultas (entendiendo por supuesto, que la personilla que dijo “pijada” en realidad quería decir “pedante” y por ello, culta); si “tribulaciones” es una palabra culta, ¿qué se puede esperar del español del siglo XXI? Prefiero no ir más allá.

Sólo quisiera una vez más apoyar fervientemente (y sin ironías) a quien es capaz de, sin complejos, admitir su total y completo desconocimiento de un mínimo de conocimientos retóricos a la usanza, en cualquier registro. Lo único criticable de dichos individuos sólo puede ser su total falta de interés por avanzar, mejorar y conocer, y esto no puede ser reproche, sino requerimiento, y para gustos, los colores: libertad para ser cenutrio o cenutria.
Después de esto, debería alguien inventar el “cenutrio’s pride parade” o día del desfile del orgullo cenutrio (en inglés suena más liberador... “aquí sí hay ironía”)

A fin de cuentas, ¿quién no ha conocido un cenutrio y lo ha hecho su amigo, hijo, padre, tío, hermano e incluso pareja?

Estoy segura, de que si se hiciera un día del orgullo intelectual, además de acudir la flor y nata pseudointelectual nativa, acudirían cinco cenutrios de la subespecie cani o similiar por cada pseudointelectual para reírse de ellos, y sin instigar a la violencia, no sin motivo. La intolerancia es mala. La pseudointelectualidad peor, aunque tengan derecho a la vida y la opinión...