viernes, 30 de octubre de 2009

Fearless I walk
Nameless in the lightness of a shadow
Call my anger in doubt of my rage
Just to beat me once for faith.

I stay
I stand
I believe in humiliation and rawness
In braveness and glory
I believe
I live in
I am shaken and forgot to close my soul

Falling apart I stand in billion of atoms in pieces I stand
I am
I will be
I was.


Camino sin temor
Sin nombre en la levedad de las sombras
Llamad a mi ira en la duda de mi furia
Tan sólo para golpearme una vez por mi fe.

Me quedo
Permanezco
Creo en la humillación y en la frialdad
En la valentía y la gloria
Creo
Vivo en ellas
Soy arrasada y olvido cerrar mi alma

A trozos me deshago en millones de átomos
En trozos en los que permanezco
Soy
Seré
Fui

Being Myself

I was Ulysses in my Ithaca of Solitude
I played with the Death and raised from the Alive
Only for love
Only for peace

Cuentigrafía

No tenía a penas más de 10 años y ya había aprendido la más importante lección de toda mi vida: no ser yo misma más que con quien mereciese tal privilegio. Difícil situación.
En el patio del colegio todavía había un vívido color de inocencia y se respiraban aires de nobleza y brutal sinceridad infantil hasta niveles sólo posibles a comienzos de los ochenta; la más que traída y llevada transición (con minúscula para mí). Mi Transición personal me traía a mí más de cabeza que cualquier argucia política en aquel momento de mi historia. Recuerdo hasta lo imposible los olores a recreo, el griterío y algarabía inconmensurables de mis compañeros y la profe de gimnasia: esa profe que acababa de salir de la facultad y rezumaba ganas y energías, esa profe que miraba al futuro desde el prisma socialista de Felipe y creía en una España desfranquizada, desfachizada, desespañolizada. Mi profe de gimnasia.
A las 12:20 del medio día y después del recreo todos mis compañeros parecían haber culminado con éxito el calentamiento previo al ejercicio: todos en fila, calladitos al ser llamados por la profe con disciplina casi militar-cariñosa (si ambos términos se pueden guionizar). Y allí estaba yo, de pie con mis amiguitas esperando las órdenes y dispuesta a demostrar que mis aptitudes físicas estaban en pleno rendimiento. Entonces el silbato y todos y a correr alrededor del campo de futbito; todos pataleando y haciendo el ganso sin maldad ni pecado más que el de ser preadolescentes de la época: niños educados según el régimen, calladitos, obedientes y trabajadores. Una vuelta más, tres estiramientos y vamos con lo interesante: el partido de fútbol. La mayoría de las niñas, por no decir todas menos la otra y yo, se colocaban estratégicamente en una esquina del campo para que los niños las dejasen sin jugar al hacer lo equipos y así dedicarse a las risas y las bromas. A mí siempre me elegían para jugar, y no de portera.
La profe tocaba el silbato y el partido comenzaba. Aquel día iba a ser diferente. Aquel día había mirones escapados de un curso superior, repetidores posiblemente de octavo. Yo no los vi hasta que la pelota corrió predestinada y trágicamente hacia ellos. Uno se levantó, la lanzó con fuerza hacia mí y grito “machota, ¿te vas a casar con un niño o con una niña?” La pelota me golpeó con una fuerza casi inhumana en el corazón y me desgarró la inocencia y las entrañas hasta fracturar mi “EGO” (que hasta entonces no sabía que tenía). Lección bien aprendida. Me llevó noches, días, semanas, meses y años entender aquello que aún hoy no comprendo, aunque lo conozca tan bien como mi propio rostro en el espejo.
Aquella profe de gimnasia pasó, y el patio del colegio, y todos mis compañeros que fueron substituidos por amigos, por verdaderos caminantes de un largo recorrido hasta la madurez y la injusticia. Quedaron atrás miles de palabras, de sueños, de divagaciones, de esperanzas, de principios y finales.
Tan sólo una cosa quedó: una pelota que golpea mi cabeza cada vez que me despierto y abro los ojos en este, nuestro mundo.

Show must go on

Ya lo dijo aquél filósofo con mucho acierto: el tigre no se destigra, pero el humano sí se deshumaniza. Sentada en esta mesa donde cumplo mi condena, soy actriz en un teatro cuya idiosincrasia poco atractiva no revelaría grandes hazañas “sofoclianas”, soy el eslabón que da sentido y pegamento a esta pantomima cotidiana a la que llamamos sociedad, relaciones humanas, trabajo, o simplemente, vida. No en vano, de todas las virtudes de la tragedia griega, la muerte es la única que aún no se cumple en este desmesurado engaño: bueno, me retracto, sí se cumple... hay tantas muertes que contabilizar aquí que fácilmente (¿¡!?) pasan por alto a simple vista. Porque aquí mueren las más nobles e insignes virtudes humanas: la empatía (qué gran olvidada), el amor, la camaradería, la amistad, la lealtad, la sinceridad, la tolerancia, la comprensión, la confianza... y todo aquello, en fin, que en el hombre es considerado bueno y loable; por todo ello, ser actriz en mi escenario no puede ser cuantificado en dinero, gabelas, elogios, reconocimientos, ni mucho menos, inefable, en palabras.
Aquí donde reinan las palabras no dichas y las desconfianzas, militan las más altas esferas del ostracismo y la intolerancia: la intransigencia, la ceguera y sobre todo, la falta total y absoluta de sensibilidad, de empatía y de conocimiento alguno del Otro. Ese gran desconocido que en realidad nos habita.
¿Qué pasaría si hoy, X, dejara de ser X? ¿Y si de repente X se convirtiese en quien realmente es (sería terrorífico pensar que X, siguiese siendo X aún después de mostrarse)? ¿Si saliera de ese armario de analfabetismo e insolidaridad? Ellos viven su pantomima más que ajenos confiados en todo lo que no es, viven esa realidad siendo intrusos de sus propios miedos y temores y en su desatino y ceguera, te creen y catalogan de igual cuando ni tan si quiera podrían definir su “igual”.
Por otro lado, ¿me definen mis ideales, mis creencias, la persona de la que me enamoro o con quién o quienes me acuesto? ¿o más bien me define mi personalidad, mi carácter y mi forma de hacer las cosas? A lo mejor, soy un conglomerado de ambas cosas, el subproducto de una sociedad alienada en miles de “Medardos” buscando una felicidad enlatada para llevar.
A lo mejor hoy me canso de ser actriz, ¿qué es lo peor que puede pasar?